Raúl Peñaranda, es periodista.
Como lo han demostrado las primarias venezolanas y, por otras razones, lo harán en breve las mexicanas, las primarias destinadas a elegir a un candidato único opositor no siempre ayudan a vencer a regímenes hegemónicos y/o autoritarios.
En Venezuela haber realizado primarias de la oposición fue una estrategia fallida: Nicolás Maduro y sus cómplices siguen en el poder. En la más recientes versión, simplemente la dictadura venezolana anuló la candidatura de la postulante única Corina Machado y, con ello, hizo crisis el plan opositor, salvado apenas con la designación de Edmundo González, un exdiplomático, como nuevo candidato. Ojalá que González avance lo más posible en lo que resta de la campaña preelectoral.
En México, las primarias opositoras eligieron a Xóchitl Gálvez, pero se encamina a perder las elecciones contra la oficialista Claudia Sheinbaum.
Tener un candidato único opositor les facilita a regímenes que controlan los poderes del Estado a inhabilitarlo. Como en esos casos un solo huevo ha sido puesto en la canasta, es fácil para los gobiernos no democráticos simplemente hacerlo caer para que se rompa.
En Bolivia tampoco sería buena idea que la oposición elija a un candidato opositor único, ya sea mediante primarias u otros mecanismos. Muchos argumentos se han dado a favor y en contra de esta idea en los últimos meses; yo deseo añadir dos de estos últimos.
Uno, el plan no es realista: ante tan diversas posturas y liderazgos opositores en Bolivia, lograr esa unidad es remoto. Dentro de un año veremos si ese ambicioso proyecto unitario se pudo cumplir o no.
Dos, al elegir a un candidato opositor único se marginan de inmediato a los indecisos y a quienes apoyaron en el pasado al MAS, pero que ahora podrían cambiar su voto. Esas personas, que son claves para ganar una elección, sobre todo en una segunda vuelta, simplemente no considerarán votar por un “candidato único” que se elige exclusivamente para ir “contra” el MAS, el partido al que respaldaron antes, quizás en varias elecciones, y al que todavía aprecian. Si la elección termina siendo “ellos contra nosotros”, los “ellos” se verán forzados a volver a votar por las facciones masistas. Tengo la impresión de que la elección debería ser, más bien “ellos junto a nosotros”.
En vez de esa opción, lo más razonable (y posible) es que ocurra lo que ya ha sucedido de 2005 en adelante: que un candidato opositor logre el respaldo mayoritario de los sectores no masistas. Así ha sucedido con las candidaturas de Jorge Quiroga, Manfred Reyes Villa, Samuel Doria Medina y, dos veces, Carlos Mesa. El promedio obtenido por esos candidatos fue de 28,9%; la suma total opositora fue de 42,32%.
En todas las elecciones desde 2005, la dispersión opositora fue baja: el promedio de lo obtenido por los dos primeros candidatos opositores bordea el 95% en promedio de ese sector. Siempre un solo candidato se llevó más de dos tercios del voto opositor.
Suponiendo que las tendencias desde 2005 se repitieran en 2025, un candidato podría destacar con respecto a los otros (es lo que se ha venido en llamar “voto útil”) y, digamos, lograr el 29% en promedio de los últimos años. Considerando la crisis por la que se debate el MAS (y el país), esa cifra podría ser mayor. Y aunque se mantuviera bordeando el 30%, será suficiente para pasar a la segunda vuelta. En esa circunstancia, dicen las encuestas, un candidato opositor podría vencer a uno del MAS. Pero lo más posible es que esa cifra sea bastante superior. Mesa, por ejemplo, obtuvo 36% en 2019.
¿Cuál es la diferencia con las elecciones anteriores? ¿Por qué esas cifras eran insuficientes en el pasado y ahora son apreciables? La respuesta es: la división del MAS. Estamos cerca de que se produzca el mejor escenario para la oposición: que tanto Evo Morales y Luis Arce se presenten como candidatos. En ese caso, su voto, que evidentemente ha bajado del 55% obtenido en 2020, se dividirá en dos. Incluso si Morales fuera inhabilitado (inconstitucionalmente, a mi entender), de todos modos se dividirá el caudal masista: Morales elegirá a un delfín, que se enfrentaría a Arce (o éste a un delfín suyo, en caso de que la economía lo “inhabilite”). Como sea, el macizo voto masista que ha hecho que ese partido fuera dominante durante casi dos décadas se está dividiendo (a la vez que reduciendo).
Esas son buenas noticias para una candidatura opositora (y ojalá, democrática). Pero abre una serie de otras interrogantes: si es posible que el MAS pierda (por fin) una elección, habrá alicientes para que muchos candidatos intenten candidatear (como de hecho está sucediendo). Pero nuevamente el antídoto contra ello será el “voto útil”. A la larga muchos de ellos tendrán, poco a poco, que ir abandonando la carrera electoral. La opinión pública así lo demandará.
Por el lado del MAS, me parece que la división es ya irrecuperable. No creo factible que ambas facciones, tan enfrentadas como están, puedan unirse. Preferirán que la oposición venza a ceder ante lo que ahora ven como su real enemigo: la otra ala del MAS. El tiempo dirá si esta hipótesis es realista.
Si este escenario se cumpliera, en 2025 volvería la “democracia pactada”: el eventual candidato opositor ganador en la primera vuelta (y luego en la segunda) deberá negociar con una de las dos facciones del MAS para lograr gobernabilidad. Con eso en mente, tal vez sea un centrista el más óptimo para estar a cargo del Estado.
Termino con esto: si no fue posible construir una candidatura opositora unida en varias elecciones anteriores, cuando era remoto vencer al MAS, menos aún lo es ahora, cuando existen chances reales de derrotarlo.
* La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición de Noticias a Sol y Sombra.